EL
DURO
DE
LA VICTORIA
POR
GIOVANNI SANDOVAL
Félix
Soto aún no cumplía los 25 años pero tenía un alto Prontuario Policial, es más,
era famoso entre Policías, Investigaciones, Vigilantes Privados y Guardias. Todo aquel que trabajará en la Seguridad
Pública o privada había, alguna vez, oído hablar de Félix Soto. Quizás no como Félix Soto González, sino que
por su apodo: “el Duro”.
“El
duro” se había ganado esa “chapa” a sangre y sudor en la Población La Victoria,
en la comuna de Pedro Aguirre Cerda, donde nació, se crió y delinquió; se
inicio robando pequeños puestos y almacenes,
Igual que muchos pequeños de la Población “La Victoria” en la que vivía,
que para el que no haya oído hablar de ella, es una de las muchas poblaciones
.de Santiago (Chile para el que no sabe donde se desarrolla el cuento).que es
de mucho respeto. Estudio los primeros años en la “Escuela Básica: La Victoria”. Pero,
proveniente de una familia “disfuncional”. (Como se conoce en la jerga legal)
hijo de “una” madre casquivana y un padre delincuente y drogadicto. Que entro al eterno ir y venir de la
“penitenciaria” (o cana) a la casa y
viceversa. La mujer que aparte de ser una “treintona” bastante apetecible:
rubia al natural, de hermosos ojos celestes y un menudo cuerpo contorneado. ese
cuerpecito era la alegría de varios galanes de algunos viernes por la noche.
Disfrutaba
ella tomarse uno que otro combinado los fines de semana. Para luego perderse
por todo el sábado. El domingo de madrugada aparecía toda demacrada,
despeinada, con la pintura corrida y un fuerte olor a trago, cigarro, orines y
sexo. Llegaba a bañarse, comer algo poco y luego dormir por todo el resto del
día y para el pequeño Félix un cariño poco en su rubia cabecita de pelo corto
como pajita para luego largarse a roncar con toda la fuerza de sus pulmones
cansados y contaminados.
El niño,
como adivinando que su mamá era muy alegre cuando había música y a su vez se
ponía muy triste cuando la música se apagaba. El pequeñín arrastraba sigilosos sus piecitos al hacia su
madre. y aunque no tuviera sueño se acomodaba al lado de ella y empezaba una
tradición de acariciarle su cabello. Tocarle sus lóbulos auditivos, besarle la
frente y cantarle canciones de cuna muy bajito. Su cabello que a esa altura era
de un teñido “rucio amarillento” y la “wela”, que era la abuela materna y madre
de la casquivana. Se compadecía del pequeño al sorprenderlo acurrucado y
dormido al lado de su alocada madre, lo despertaba suavecito y lo invitaba a
que saliera de la pieza, que a esa altura, ya apestaba a trasnoche y lo
Invitaba con una moneda de $ 100 (cien pesos) a comprarse un” choco panda” en el negocio de la
esquina.
Lógicamente
no fue el único hijo que tuvo. A la vuelta de cinco años tuvo cuatro embarazos
más, todos de hombres diferentes. De los cuales ella prefería no hablar y “la wela”
no preguntar. Pero ésta, se
seguía compadeciendo de esos angelitos y los llevaba sagradamente al
Consultorio de la población cada mes, así como retiraba la leche, los
despiojaba, los bañaba, los mandaba a la escuela o al jardín infantil, iba a
las reuniones de la escuela y/o castigaba cuando era preciso. “La pancha” que así se llamaba la madre
de Félix, solo descansaba en “la wela”.
Los
años transcurrieron sin muchas variaciones para Félix, La vida escolar fue
corta pero intensa. El colegio era violento y los alumnos de cursos superiores
a él, lo asediaban, molestaban y golpeaban. Este a su vez comenzó a temprana
edad a mostrar la poca tolerancia a los
malos comentarios. Sobre todo si se
referían a su padre en la cárcel o a su madre “casquivana”,” Suelta” o de frentón “caliente”. Que aunque no la viera
mucho. Salvo los domingos por la mañana, era y seria siempre su madre y esos
comentarios acerca de que paso el fin de
semana en tal o cual cama, o en tal o cual casa lo enajenaban a tal punto que
no miraba si eran más grande y más fuertes, embestía contra ellos a costa de
quedar con un ojo morado o la nariz
sangrante.
Pero no hablo de un coscorrón o un puntapié. Eran
verdaderas pateaduras y golpizas que tuvo que aprender a soportar. Sin llorar o
quejarse, ya que eso lo hacía más “maricón”. La cosa era sin llorar, le decían
y Félix no decía nada hasta llegar a su casa y solo se encerraba en su pieza.
Pero nadie preguntaba por él.
Joao do Santos Vasconcelos, había
llegado a Chile allá por los ochentas con la promesa de que en el Gobierno
Militar se abrirían las opciones laborales en las transportadoras de valores y
que estas iban a necesita instructores de uso y tiro con revolver, artes
marciales, conducción a la defensiva y un largo etcétera. Todo lo que se pueda
imaginar para dar seguridad a la entrada de dineros de las grandes empresas
gringas que veían en ese Chile militarizado y neoliberal, un oasis donde
invertir sus tonelajes de dinero sin limpiar. que necesitarían guardias armados
o vigilantes privados. Esta gente requería un cursillo especial que constaba
entre otras cosas de tiro con revolver y defensa personal, lo básico, pero
tenían que tener conocimiento de bloqueos y desarmes manuales. Con esa promesa
Joao viajo desde su natal Puerto Bahía con una maleta lleno de trofeos,
recuerdos y esperanzas ya que Do Santos era especialista en artes marciales y
cinturón negro de Kung-Fu; Tae-Kwon-Do, Karate Do y un nuevo estilo brasileño: la Capoeira que mezclaba la samba con
sus tambores y movimientos alternadas con patadas voladoras que te noqueaban al
segundo.
No fue
fácil para el brasileño. Postulo con muchas otras competencias para instructor
en defensa personal. Pero como en muchas pegas, la coima y los “arreglines”
están a la orden del día y para un extranjero sin contactos y sin dinero la
cosa se puso cuesta arriba. Así que, con lo que le quedaba arrendo una casa
bastante barata (y lo que no sabía peligrosa) y coloco su tatami en la
población La Victoria. Y así de a poco empezaron a llegar los clientes, hasta
que un día llego el señor Mardones que le ofreció un trabajo de guardaespaldas,
después de trabajar tres años con él y salvarle el pellejo otras varias,
recibió un balazo en la columna que lo dejo invalido y de la cintura para abajo, el Sr. Mardonez lo
jubilo junto con la eterna gratitud del Narco más querido y respetado de la
Población. Pero esa es otra historia.
Joao
observó por varios días desde su gimnasio – Tatami a Félix, lo veía pasar con la
cara llena de moretones y a veces con
sangre de narices, lo veía solo y lo sentía desprotegido. Joao que viva con
Selena, una morena estupenda y sensual, separada y buena para bailar. Que
conoció en una “salsoteca”. Desde allí lo vio varios meses pasar al pequeño y
delgado rubiecito que cruzaba por esa calle sollozando hacia su casa. Joao se
sentaba al sol en su silla de ruedas y esperaba el momento para hablar al
pequeñito.
Así
que un día lo llamo….
Después
de pasar un periodo bastante “penca”, laboralmente hablando, lo despidieron de
la Policía de Investigaciones sin ni uno, por sorprenderlo quitando mercancía a
los “narcos”. Seguido a eso la esposa lo
abandono después de 14 años de matrimonio, 6 meses de amoríos y un montón de
deudas. Esta Lo dejo, y se fue con un
pequeño empresario que le brindaba la protección y seguridad económica y
personal para la familia que siempre
soñó, Pero para Agustín San Martín Hermosilla, que le llovía sobre mojado. Y
que, al Terminar (muy malos términos) con su ex, lo demandaron por pensión de
alimentos; además por violencia intrafamiliar y se dejo constancia de amenaza
en ambas policías, lo que para Agustín, que era un hombre violento y decidido
en sí, tuvo que mordérsela y aprender a vivir con todo el odio, el rencor y la
vergüenza.
A San
Martin Siempre se le repetía esa misma escena, la maldita escena, el momento
espeluznante que sorprendió a su esposa fornicando con el vecino, la vez que
por motivos de un documento olvidado tuvo que volver a casa antes de medio día,
y al escuchar ruidos y risas desde su dormitorio la sorprendió acostada con su
amante. La imagen fue patética, la observo por un rato desde la puerta del
dormitorio y la vio feliz, la observo gemir y moverse, gozar como no lo hacía
con él hacía mucho tiempo. Justo en su casa, en su cama, frente a las fotos de
su feliz día de su matrimonio. Sintió rabia, impotencia, odio, pena, nauseas,
un torbellino de sentimientos que aunados a su ego machacado, gatillaron en su
psiquis el deseo de verla sangrar, deseos de penetrarla y verla sangrar,
escupirla, ahorcarla y fornicarla de manera violenta y brutal. En un segundo
estaba parado detrás del vecino que sudaba mientras se tiraba a “su” esposa.
Agustín
empuño las manos y las estrello en sus lóbulos auditivos tan fuerte que lo hizo
saltar de la cama con su pene flácido colgando y goteando semen. Ella
desconcertada grito y trato de cubrirse sus senos y entrepierna. Agustín estiro
la mano derecha y le dio un revés automático en la cara de ella que la envió directo bajo la mesa de
noche, con las fosas nasales sangrantes, miro al individuo con ira y avanzo dos
pasos hacia el y lo pateo en los testículos tan fuerte que este dejo de
respirar por unos instantes, se doblo en dos y apoyo la frente en la alfombra.
(¡¡Je!!... esa que eligió ella para su cumpleaños). Mala idea, Agustín tenía
poca compasión y pateo con el empeine de su pie derecho la mejilla derecha del
“patas negras”. Luego, nuestro amigo cornudo puso su rodilla derecha en el piso
y lo volteo. Busco el rostro de este y empezó a golpearlo a puño cerrado solo
en la nariz y las cejas. (Vas a estar un largo tiempo sin coger ni mirar a
nadie, maricon) cuando la mano se le durmió pensó en su taurus calibre 9 mm.
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