EL CONSERJE
                                              











                                               Por
                                       Giovanni Sandoval






















        El anciano, sentado solo ante una mesita de una cafetería paupérrima del centro de Santiago, con una porción de torta de limón y un café humeante, Miraba al frente en la cafetería, como mirando sin mirar nadie en especifico, sus ojos vidriosos se perdían en el espacio bullicioso y frio de ese salón tibio de ese local incrustado en las frías calles de una avenida céntrica de un Santiago de invierno. – Mi trabajo es aburrido- le dijo a la nada, como hablando consigo mismo, pero a nadie en realidad- lo sé, pero solamente puedo hacerlo yo.”- luego se sirvió una rebanada de pastel y se tomo el café de un trago. Luego miro afuera a través del ventanal pulcramente limpio y medito.
        Para don Juan González, el trabajo era rutinario, comenzaba a las 20:00 horas u ocho de la noche para algunos, y terminaba a las ocho de la mañana. Don Juan recibía el puesto de don Pedro que era un mastodonte inmenso, de enormes cejas peludas y unos ojos negros penetrantes. Este hombrón era treinta años menor que don Juan y hablaba hasta por los codos con una voz gruesa y potente.- “¡ya viejito!”- decía don Pedro -“me voy a la casa a pisar”-  y soltaba una risa grosera, potente, sonora e insolente. Era realmente molesto el hombre, pero, era su relevo laboral y había que mantener las normas de cortesía. Claro, don Pedro era un hombre joven y seguramente tendría una mujer joven, bonita y ansiosa. Pero  para don Juan, que con sesenta y cuatro años, solitario, callado y taciturno. Esos comentarios le molestaban, eso de que le escupieran en la cara su soledad y tristeza, realmente le molestaba. Evitaba al máximo estos encuentros, pero don Pedro gozaba humillándolo. Otras veces decía -“voy a mi casa a poner a mi mujer en cuatro”- y luego la maldita y sonora risa -“jiii..ji..ji”-; don Juan que se limitaba a mirarlo solo sonreía y preguntaba por las novedades del turno, como si nada hubiera dicho y evitaba mirarlo.
        El turno era simple y aburrido, ser el conserje de un condominio, que era una torre de doce pisos con cuatro departamentos por nivel. En  el primer piso estaba la oficina del administrador, la recepción que era una mesón caoba con asiento reclinable, donde encima tenia el libro de novedades, un teléfono y la pantalla de las cámaras de seguridad, un pasillo que daba a la bodega y al final un pequeño departamento que era la vivienda de don Juan; Ganaba bien para ser un hombre viudo, sin hijos y sin vicios. Además recibía un bono por el turno de noche, o sea mejor, no podía estar… y todo esto haciendo su trabajo y viviendo gratis.
Cuando el “ardiente amante” se retiraba, don Juan comenzaba la rutina chequeando las pantallas de seguridad, el funcionamiento de los ascensores, revisando las luces: si prendían estas o había que cambiar algunas, que los regadores automáticos de los jardines funcionaran, que las puertas automáticas no se atascaran, que las llaves de las casetas, etc., cosas del turno. Así pasaba su turno revisando, paseando, chequeando etc. Hasta que el turno terminaba y lo entregaba a su relevo, don Pedro.
                Don Juan, nuevamente en su café preferido del centro Santiaguino, conversaba con otro anciano, su amigo don Anselmo, sentados en su lugar preferido, frente al ventanal pulcro con un café servido.
-¿cuantos llevas este año?- pregunto don Anselmo. Arrastrando las palabras.
- diez– respondió don Juan -….uno por mes.- y tomo un sorbo de café.
        Ambos eran ancianos, marchitos, arrugados, de escasa y canosa cabellera. Se conocían hace muchos e incontables años, desde la juventud. Desde un lugar errático y lúgubre, que preferían no rememorar. Eran como hermanos. Ambos solitarios, lúgubres, sombríos y taciturnos. Se juntaban cada miércoles por la tarde a compartir uno que otro recuerdo y tomarse un café con un trozo de pastel de limón.
        Durante la semana la rutina era la misma, recibirse del puesto a las 20:00hrs., chequear cámaras, pantallas, luces, ascensores, llaves, etc. Rutinario y aburrido, pero trabajo es trabajo.
        Cuando a las doce de  la noche y después de apagar el máximo de luces. Incluidas las del hall de la recepción. Y comenzaba su primera ronda por los pisos del condominio. Donde a esa hora todos los copropietarios dormían. Don Juan No la hacía solo. Con paso lento tomaba el manojo de llaves y la linterna recargable, para luego arrastrando los pies, se dirigía hacia las compuertas de los ascensores. Oprimía el botón luminoso de uno de estos y esperaba pacientemente que el vagón bajara y las compuertas se abrieran con su zumbido característico. Esperaba, Mientras  jugaba haciendo círculos con las llaves y silbando una dulce melodía.
        Desde el momento que las compuertas se abrían y don Juan entraba al cubículo, las luces extrañamente empezaban a pestañear, la temperatura bajaba considerablemente. Don Juan preparado se colocaba un par de guantes de polar y se encasquetaba un gorrito chilote con bolita, color blanco y rojo que decía “chiloe”, se cubría la enorme calvicie dejando a la vista los flecos blancos a los costados, que  eran los pocos cabellos canosos que le quedaban.
        las paredes comenzaban a moverse sutilmente, las imágenes de los espejos al interior del ascensor, se volvían difusas y desde el piso a las paredes, formas oscuras, extrañas y tétricas se formaban.
-      Hola amigos – saludaba don Juan amablemente.- ¿me han echado de menos, he? – preguntaba sonriente. Solo una ráfaga de viento frio, que le erizaba el pescuezo huesudo, le respondía.
El ascensor subía raudamente al último piso y por las pantallas de la recepción, las cuales, mostraban las cámaras del interior del ascensor. Ahí en blanco y negro, en imágenes entrecortadas por lo frio de la señal. Se veían los espectros salir de las paredes. Lo acechaban, lo envolvían  y lo rodeaban.         Estos espectros, fantasmas o almas en pena que, gemían y lloraban, siseando y susurrando. Con frio, con miedo, hambrientos y aislados. Imágenes desencajadas, descuadradas que no pertenecían a esta dimensión o a este mundo pero que se negaban a abandonarlo. Formas espectrales asustadas de este mundo y a la vez al acecho.
-      ¿Paloma?- susurro de pronto don Juan al silencio, dirigiendo sus palabras a la suave y tenue luz.
-       ¿Palomita? – se escucho nuevamente y la voz cariñosa y amable de don Juan, lleno el vagón y las animas se enternecieron –“¿qué pasa hija?”-
Del  techo del ascensor bajo una anémica forma fantasmal de una muchacha. Vestida con una túnica blanca transparente, pero que no reflejaba nada, solo una imagen fantasmagórica de largo cabello oscuro, que flotaba en el ambiente. Al igual que la aparición.
 Traspasando los cánones de la lógica cuántica tridimensional y de la Física. Floto desde el techo como una  sombra blanca de cabello flotante negro. y con los oscuros y terroríficos espacios oculares, que sin ojos, todo lo observaba. Ella era Joanna, hija de don Juan. Su pequeña y amada palomita.
-¿me has extrañado, mi cielo?... –pregunto con ternura.
-¿cómo has estado mi niñita?- como la imagen no respondió, pregunto suavecito - ¿estás triste acaso?- don Juan hablaba con ternura y cariño. Joanna voló suavemente directamente al cuerpo enjuto de don Juan. Este solo sonreía y trataba de abrazarla. El chillido que hacia la aparición dolía en los tímpanos. Pero él no lo notaba.
La imagen de la pantalla era escalofriante, eran luces, como estelas en blanco y negro que flotaban histéricamente en círculos, alrededor del delgado y enjuto cuerpo del conserje, las paredes temblaban, zumbaban y se movían en ondas escalofriantes.

-Sabes que me protegen- decía don Juan a don Anselmo, ambos sentados en la cafetería de rigor. – ellos también están asustados- diciéndolo con énfasis - tienen frio, se sienten solos y perdidos, además…. Tú Lo sabes,…. Ellos…. me acompañan.-   
-¡Pero sabes que a la larga esto te afectara! – dijo don Anselmo con ahincó.
Don Juan Estaba muy agotado esa tarde.
- Sí, pero estoy bien ahora.- replico don Juan molesto, este era testarudo.
-¿Hace cuanto nos conocemos Juan?- pregunto don Anselmo. Aunque este sabía la respuesta.
Don Juan se sirvió un sorbo de café humeante y contestó.- creo que más de treinta años-
-Así es y tengo que decirte que tu “DON” o maldición, a la larga te va a matar-  don Anselmo lo traspaso con la mirada fría y le dijo seriamente, mientras le movía el dedo índice reprochánte.
-Lo sé –dijo bajando la cabeza hacia unas migas del mantel empezando a jugar con ellas.
-algún día, Quizás, mi amigo, lo deje. - miró hacia la calle y vio un paisaje de un Santiago de Chile, en un julio por la tarde, frío, gris, contaminado y apurado.
-pero sabes que no la voy a dejar sola en ese edificio. Menos con la compañía que tiene en el piso doce.- dijo tristemente, sin dejar de mirar el nostálgico cuadro céntrico y gris.
-¡Viejo de mierda!, sabes que no la puedes ayudar, ¡ella debe aceptarlo y tú, entenderlo! Ella Debe saber cruzar al otro lado sola, aunque no le guste, viejo. Tienes que convencerla que se tiene que ir y dejar esta dimensión; dejar este mundo que ya no es para ella – enfatizo enojado don Anselmo Pereira.
-Lo sé - fue su única respuesta cortante, y su mirada se perdió en el negro humo contaminante de un microbús oruga del Transantiago que pasaba por el frente.
Otro turno que comenzaba. Don José ahora soltó un “ya viejo, me voy a la casa a “pisar a mi señora ¡¡ja ja jiii, ji, ji!!- don Juan González Carreño, lo miro tajantemente a los ojos del mastodonte, no era fácil encara a ese pedazo de animal de un metro noventa y cinco y cien kilos de grasa, con manotas como yunques y mandíbula como herradura. Pero don Juan González ya estaba hastiado. Y por fin lo encaro.:
-“Don José, Realmente me molestan esos comentarios acerca de su señora esposa, Lo que usted haga con su tiempo libre es su problema. – dio un paso hacia adelante decidido y súbitamente, sus pupilas se tiñeron de un negro fango, como agua podrida y su voz se torno áspera y gutural. A su alrededor la dependencia se volvió lentamente gris, oscura, fría, lúgubre y aterradora. Como si el hall de la recepción se oscureciera de un negro demoniaco y frio como un mausoleo.
Don José, un tipo grande y valiente no podía de dejar de mirar, de ver esas pupilas negras y rostro cadavérico de aliento cloacal que lo estaba hablando directo a su ente y a sus pupilas. – “y lo que yo haga con mi tiempo libre” - siguió diciendo – “es mi problema, No quiero escuchar esas idioteces de nuevo. ¡Por favor y gracias!.-
 Súbitamente todo volvió a la normalidad, la claridad y los colores resaltaron  y don Juan se alejo hacia atrás tranquilamente y silbando. Sus ojos negruzcos, retornaron al azul cielo de siempre y su voz pausada, avejentada y cálida se despidió con un:
-“nos vemos mañana don José”-.
Los espíritus estaban inquietos gemían, crepitaban, temblaban, se sacudían, chillaban, zumbaban, adoloridos y molestos. Movían cosas, apagaban y prendían luces, se aparecían por los pasillos del edificio. Los residentes se quejaban constantemente de ruidos extraños, música que salía de habitaciones vacías, puertas que se azotaban, luminarias que estallaban sin razón alguna. Incluso Los niños pequeños, rompían a llorar sin un motivo aparente y los ancianos se negaban a salir y se recluían tras rezar en sus apartamentos el “dios te salve María”. Algunos más receptores, se quejaban de horribles formas que se mostraban en cuadros y espejos y don Juan estaba más agotado, mal humorado y cargado mentalmente que de costumbre.
  Una noche. Don Juan, mientras hacia su ronda En el pasillo del piso doce y el reloj pulsera del anciano marcaba las 23:59 de una noche particularmente lluviosa y helada. Los fantasmas estaban inquietos, se lo habían dicho, se lo habían gritado, lo aullaban. Con gritos ahogados. Lo susurraban a sus oídos en formas y dialectos del inframundo que le hacían doler su cráneo. Entonces entendió, por fin comprendió. Todo en su contexto, su amor por su hija no lo había visto ver, o quizás el tampoco quería estar solo y se negaba a abandonarla sola en su paso al otro lado.
 Por eso su querida hija paloma/Joanna estaba tan pálida y triste; el pasillo estaba gélido. A don Juan le costaba respirar y el vaho tibio de su boca era como el motor de una locomotora, con el corazón acelerado, con los músculos tensos y agarrotados.
Esa noche caminó por el pasillo del piso doce y se detuvo frente a la puerta del departamento 1203. Los tubos fluorescentes empezaron a pestañear y a zumbar con un ruido bastante extraño. Hasta que la luz comenzó a disminuir gradualmente, las tripas de don Juan se apretaron. Pero este tomo respiro fuertemente por la nariz, hinchando el pecho y se concentro en la puerta caoba que tenia frente a él. Levanto la mano derecha y con ella bien abierta y plana, despacito toco con la palma la puerta. la sensación fue tétrica y caótica: por su cerebro desfilaron imágenes destellantes, recuerdos olvidados y sepultados, imágenes bizarras de escenas dolorosas y punzantes, culposas, pecaminosas y sentimentalmente extrañas: duelo, dolor, gritos, sangre, odio, resentimiento, muerte, pena, ira, vidrios rotos, fierros retorcidos, una hija decapitada, joanna pidiendo ayuda desde el mas allá, negándose a traspasar el umbral. Más allá él mismo sufriendo, culpándose, por un estúpido accidente por culpa de su maldito don. Llorando por las calles, borracho, perdido y buscándola. parado con la botella de Ron en la mano, tambaleándose en la azotea de un edificio y la voz que habló, la voz que escucha, la voz que perdona, la voz que manda y que da una nueva oportunidad y un sentido al sin sentido de esa vida.
“Vida por libertad”
Las palabras resonaron en su cabeza. “da libertad por vida”, “tienes un don, tienes potencial, da libertad por vida, libera a los perdidos, a los extraviados, a los dolientes que ya partieron pero no lo saben” la voz ordeno, la voz ya dijo, podre liberar a paloma de esta dimensión y mis ojos se abren a otra realidad, otros aromas, otros colores, otras formas, otras personas, otros espectros. Por todos lados, en cada esquina. Solo queda aprender a vivir con ellos.
Fuego, frio y por ultimo un rostro blanco, cadavérico y tétrico que lo observaba con odio, un rostro con mucho poder, maldad y ojos de fuego. Don Juan trato de desconectarse de las imágenes. Y concentrarse en lo que estaba pasando, concentrándose en el ahora.
Lucho contra esa fuerza, pero al tratar de quitar la mano. La expulsión fue tan fuerte que lo proyectó violenta y poderosamente hacia atrás. Golpeándose fuertemente en la cabeza con el extintor de emergencia del pasillo. Perdiendo total e irremediablemente el conocimiento.
En ese mismo momento las cámaras del pasillo grabaron unas imágenes muy extrañas, entre interferencias y caídas del sistema. Se veía en blanco y negro la figura de don Juan levitando sin conocimiento, mientras extrañas formas humanas y transparentes flotaban alrededor de el.

-¿Qué pasa entonces?- pregunto don Anselmo, prendiendo su pipa -descubriste el “ente” del piso 12.- ahora están en una plaza del  centro santiaguino.

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