VENGANZA MAPUCHE
POR
GIOVANNI SANDOVAL

1era Parte
SABADO
Un triste comienzo

Aún no cantaba el gallo esa fría mañana de abril ahí en Temuco en la provincia de Cui-Cui. a José Evaristo Pichilen  Carimeo la noche se le había hecho cortísima, había tratado de apurar  el sueño con dos tragos de vino tinto, pero ni con eso, solo durmió tres horas, esa noche de la sintió fría. Llena de sueños extraños que lo hicieron saltar de la cama todo transpirado y con el corazón latiendo fuerte y pegado a la garganta, de las tres horas durmió tres veces se levantó a orinar y mas encima tenía el pene duro como palo, trato de dormir  boca abajo para ver si el roce de la cama lo hacía eyacular y con ello traer el sueño que tanto necesitaba y deseaba.
A las cinco de la mañana, hora que sonó el Nokia antiguo y barato que servía de despertador, reloj y para el propósito que se creó, para llamar y recibir llamadas. (Aunque a veces costaba tomar señal  en la zona), pero como  alarma servía, hasta el momento no le había fallado. José que ya entraba  en los treinta y ocho años, separado, (se casó una, pero hacía mucho tiempo y ya no lloraba por ella) vivía con su madre. De  rasgos toscos y no muy alto. Su madre la señora  Elba Carimeo,  una señora de unos sesenta y tantos, muy arrugada y muy tostada, Sin dientes, cabello largo y blanco que no soltaba nunca de un moño tipo tomate en la nuca.  Corta de vista y desconfiada. Caminaba con la espalda inclinada hacia adelante, producto quizás de un dolor lumbar (quizás, ya que se quejaba por las mañanas al levantarse y nada mas).
Desde que enviudo su mundo eran sus hijos. Juvenal el mayor, que se había casado y vivía en la ciudad de Temuco con su linda esposa y sus dos hijos,  la visitaba dos veces al año.
Esas visitas eran algo esperado por ella. Juvenal llegaba a verla en su auto. “El (decía orgullosa ella) es contratista, hacía casas. Le hizo la casas en la playa a ese matrimonio famoso de la tele, sí, él tiene fotos con ellos y los hijos de ellos. Ahorro esa plata y dio el pie para su casa y su  primer auto.”- a él le iba bien. Siempre que venía le traía un presente, que ella valoraba como joya y le dejaba algún dinero para que se diera algún gustito. La sacaba al pueblo en el auto y la dejaba usar todas sus joyitas mapuches por el pueblo. Toda la gente la miraba con admiración. No era común ver una mapuche con toda su indumentaria un domingo cualquiera. Se volvían para mirarla y fotografiarla. Incluso - recordaba ella - unos turistas gringos, pidieron sacarse una foto con ella. Ese era su hijo mayor, Juvenal.
José, su hijo menor. Bueno, las cosas no le habían salido tan bien. Estaba separado, bebía más de lo que preferiría admitir, duraba poco en los trabajos. Había sacado el mal genio de su padre. Si no lo echaban por faltar los lunes, lo despedían por insultar al jefe o por agarrarse a golpes con algún compañero de trabajo.
La Sra. Elba quería mucho a su hijo menor, le daba pena con su “pajarito” que había salido tan parecido a  su padre que había muerto  de unas puñaladas en una pelea de un bar hacia treinta años atrás, dejándola con dos críos, una choza a medio hacer  y un terreno que había que trabajar, cosechar  y sembrar para lo que ella no tenía la fuerza ni el tiempo para hacerlo. A veces venia su padre, el Lonco Pedro Carimeo Marileo junto  a sus hijos Luis Eduardo, Emilio José y Francisco Javier a ayudarle con las tierras. Estaban con ella viernes, sábado y domingo, adelantándole un montón de trabajo y a la vez dejándola descansar un poco a la joven y alocada  madre que insistió con casarse con el conocido José “Pepe” Pichilen. Le dijeron varias veces sus padres y hermanos quien era el José Pepe. Los hermanos Carimeo le dieron una “pateadura” a José Pepe para que se alejara de Elba. Pero era duro el hombre, se casaron en secreto, cuando ya tenía tres meses de embarazo de Juvenal.
No, no le había ido bien al José “pepe” Pichilen hijo.
El agua fría de la noria lo ayudo a despertarse, la sintió congelada y se le puso la piel de chinita. Sintió el contacto con el agua de la ducha que estaba en el baño a unos metros de la casa.
Luego del proceso de vestirse y comer algo, observo a su madre un momento y se acercó tímido.
- ya mamita, me voy – dijo sin interés, como si nada, le dio un abrazo apartado y corto, sin dejar de tomarla se alejó para mirarla fijamente a la cara y la observó un momento a su madre, a su vieja. El único símbolo palpable de amor y protección que había conocido hasta ese momento.
La volvió a abrazar y una discreta lagrima rodo por la mejilla de ambos.-te quiero mamita, pero “uste” sabe lo tengo que hacer - dijo en un hilo de voz- he hecho muchas cosas malas. Esto es lo único bueno que puedo hacer bien “pa’uste” y  pa todos acá.-
La anciana levanto la vista y miró a su hijo. Vio a su niño moreno y de pelo difícil de peinar y sintió ternura y compasión. Después de harto tiempo y con los ojos húmedos le dijo: “valla no mas hijo y haga lo que tiene que hacer. Los abuelos y ancestros lo respetaran y recibirán en el mas allá. Valla no mas hijo. Nahuen peñi”. Lo besó en la mejilla y en la frente. Luego se alejó a la rustica mesa donde había unos sándwiches envueltos en papel, los tomo y se los entrego.
-guárdelos hijo, en su mochila, valla no mas José Evaristo - y se alejó dando espacio para qué se fuera y empezara su titánica odisea.
José Pepe Evaristo se dirigió  a la puerta y sin mirar atrás la abrió y entro a las últimas horas de oscuridad de un Temuco frío y húmedo. Caminó hasta el portón de madera y alambre  que separaba el camino del patio de su casa. Ahí se volvió a mirar a su madre  que lo observaba con rostro compungido y tomada del delantal. José se despidió con la mano y salió al camino de tierra y empezó a andar al paradero del bus rural. Era una hora de caminata, así que se acomodó la coipa de polar negra hasta las orejas, Se ajustó la chaqueta verde palta de la Fuerza Aérea (regalo de un amigo que se había ido a la FACH), Se ajustó la mochila y apuro el paso. “patitas pa’que te quiero” pensó.
Mientras caminaba su mente se fue a sus recuerdos. Recordó que no era un buen estudiante, no fue un excelente hijo, Se aburría en clases, era pendenciero y Varias veces su madre tuvo que ir a entrevistas con el inspector o director de la escuela por sus peleas con compañeros. José Evaristo era poco tolerante, lo que su hermano Juvenal se esforzaba, tenía buenas notas y un pequeño pero agradable grupo de amigos. Donde incluso había amigas. Pero José Evaristo no, medio se lavaba la cara antes del colegio. Incluso habían tenido algunas discusiones con respecto al tema escolar. José Evaristo decía que quería trabajar y ayudar en la casa económicamente. Su madre decía que tenía que aprender a leer y a escribir. Sumar y restar  o es que acaso quería ser como los borrachos y vagabundos sin trabajo que había en el pueblo. Le hablaba del “Beño”. Una historia bastante aburrida y mal contada de un borrachito del pueblo que lo dejo su mujer, sus hijos no lo hablaban, no le daban trabajo y pedía para tomar. José Evaristo le explicaba que no, que él quería trabajar, que cuanto antes empezara mejor. Que en el norte (le habían contado), estaban las mineras y necesitaban maestros carpinteros, maestros albañiles, eléctricos capacitados, ceramistas, incluso jornales y ayudantes. Y que ganaban buen sueldo. La Sra. Elba se cerraba en el “NO”. “NO”, por último termina la enseñanza básica, “para que no seas tan bruto como el “Beño”. “Ya mama”, y se iba de mala gana al colegio.
Terminó la básica arrastrando las calificaciones. Con catorce años y medio se fue a presentar a una construcción donde trabajaba su tío, hermano de la Sra. Elba que era capataz de obra. El tío Emilio José Carimeo. Este lo recibió y lo puso de “campamentero”. Tenía que limpiar los baños, asear los comedores, poner a calentar las ollas de los trabajadores y ayudar a descargar los camiones con insumos para guardarlos en las bodegas. El trabajo era fácil y José Evaristo aprendió rápido. El primer sueldo  fue para él. Se compró ropa, zapatos y unos casetes de rancheras. Le compro zapatos a su madre y una colonia “Denim” a su hermano. Ese día fue feliz.
  Con el segundo sueldo lleno la despensa de mercadería. Es más llevó a su madre al supermercado de  la ciudad y compro todo lo que su madre puso en el carro. Hizo parar un taxi y se fueron a casa. Fue feliz también.
Con el tercer sueldo, los compañeros de trabajo lo invitaron a celebrar. Primero el  Luis “Lucho” Llanquileo se auspició con los vinos, José Evaristo con casi quince años, diplomáticamente, rechazo el auspicio.
- tomate un trago cauro, ¿qué le hace el agua al pescado?-
 -bueno.- Respondió. Se lo bebió de a poco. Lo sintió agrio, amargo. El segundo fue pasable, el tercero, más pasable y así sucesivamente.
Despertó en la plaza del pueblo a las seis de la mañana, orinado, vomitado, adolorido y sin plata. Se incorporó con torpeza y miro sus zapatillas nuevas. Todas vomitadas y sucias, sus pantalones nuevos rajados, vomitados y orinados. Su chaqueta nueva, ni hablar, en las mismas. Le dolía la mandíbula, el pómulo derecho y los nudillos los tenía pelados y adoloridos. Trató de recordar que mierda había pasado. Pero solo tenía imágenes distorsionadas de una pelea, ¿Por qué?, no tenía idea, no recordaba. Busco en todos los bolsillos y encontró un billete de mil pesos todo arrugado, hizo parar un colectivo y le dijo que lo llevara a la casa.
Lógicamente la recepción no fue de las mejores, se había tomado todo el sueldo, se había agarrado a golpes con los compañeros y estaba colgando en el trabajo, sin contar que tenía cuentas que pagar.
El día lunes se presentó con un ojo morado y cerrado a trabajar. El primero en llamarlo fue su tío Emilio Carimeo. Lo llamo para un lado y de una manga lo arrastro. Lo llevo detrás de los comedores donde se aseguró que nadie  escuchara.
Emilio Carimeo, hombre forjado a sol, trabajo, pala, chuzo, martillo y serrucho. Era el hermano más apegado a Elba y  fue el que pegó mas fuerte el día de la pateadura a José “Pepe” Pichilen padre. De tez morena–rojiza y complexión robusta. Era un era un tipo que al no ser muy alto, era intimidante.
La bofetada a mano abierta descoloco al joven José Evaristo. Que le saltaron los mocos y las babas, lo estrello violentamente contra la pared. Emilio Carimeo estaba furioso, dio dos zancadas y lo agarro de la camisa y arremetió con la otra bofetada y con el dorso de la mano en la otra mejilla, rozando la nariz, provocándole un leve sangramiento de un orificio nasal.
-¡¡uno por tu mama y el otro por mí!!- acto seguido empuño la mano y la estrello de lleno en el tórax del muchacho.
El tío se alejó unos metros y se volvió con rabia contra su sobrino, a lo que José  se hizo un ovillo en el piso y se cubrió la cabeza y la cara llorando. -¡¡ José, no “seai´weon”!!. ¡No te farrees  esta oportunidad, hoy pongo la cara por ti y lo hago por tu mamá! ¡Pero que conste que es la primera y la última vez!- dio media vuelta y se fue refunfuñando…
José Evaristo ese día trabajo con vergüenza. Sintió todas esas miradas de Burla en su nuca y los cuchicheos de sus colegas.
El día paso largo y lento. Como cualquier lunes en cualquier trabajo, le picaba el corte en el labio y el ojo morado se había cerrado un poco más. A lo lejos escucho que lo llamaban. – ¡¡PEPEEE!! - era Don Paolo “el Bodeguero” que lo llamaba, en parte su supervisor, ya que el aseo y mantenimiento del campamento, don Paolo respondía. Don Paolo era el hombre de confianza del dueño de la empresa. José “Pepe” partió corriendo y se puso frente a la oficina y espero a que lo hiciera pasar. Don Paolo Ramírez, que de italiano no tenía nada, excepto el primer nombre. Era un ex militar que pasaba serio gran parte del turno y que, como él decía, las cosas se debían comunicar cortas, claras y concisas, sin ornamentar de mas la misión. Le ordenó que pasara y le pidió que cerrara la puerta y tomara asiento.
Lo observo un momento a la cara.
- no te voy a preguntar qué paso, porque ya lo sé. Sé también que no es mi problema. Pero mira Pichilen, me voy a dar la libertad de darte un consejo. Que a mí me dieron hace mucho tiempo. Yo bebo… y mucho, de hecho mi matrimonio termino por el trago, es una enfermedad que me dejo el Ejercito. Pero la acepto y la cargo conmigo. Mira tengo muchos amigos mapuches, sabes a que me refiero, el alcoholismo es un tema sin intermedios, bebes mucho, bebes poco o nada. Conozco ambos extremos. No entres en ese juego que no vas a ganar y si lo haces es bajo tu  responsabilidad…conoces las reglas del juego. Ahí va mi consejo “nunca tomes tanto que no seas capaz de: pelear, defenderte o arrancar”. ¿¡Estamos claros!?…¿se entendió?- José Evaristo asintió- okey, le aconsejo que junte platita y termine de estudiar. Tiene muchas cosas que comprarse ahora. Ya. Volviendo al trabajo. Están reclamando por los baños que no los limpia bien, necesito que ponga más énfasis en ese tema de los W.C. por favor. ¿Listo?- Evaristo volvió a asentir- puede retirarse- le dijo y volvió a sus papeles que tenía en el escritorio. José “pepe” Pichilen pasó una mirada disimulada a las paredes de la oficina del Bodeguero y observo los diplomas con logo de la Institución. Y una foto le llamo la atención, Un Joven Don Paolo “Sonriente” con una boina negra y un Fusil plegable.- ¡qué buena esa foto Don Paolo!- don Paolo se volvió a mirar la foto. – ah, esa fue en el curso de paracaidismo, después del curso de “comandos”. En Colina.- ¿fue comando? ¿Cómo Rambo?- preguntó excitado ante la idea de un don Paolo mercenario y guerrillero.
-Rambo era Boina Verde, pero es algo parecido. Ah, y por favor que esta conversación quede acá. Deja la puerta abierta al salir Pichilen por favor. Gracias.- concluyo la conversación.
Intento José seguir la regla, pero los “carretitas” eran insistentes con las salidas los fines de mes y le decían: “te lo mereces”, “te descrestas todo el mes” y cosas así, al final aceptaba.
Y lo acepto, le gustaba el vino.


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