el héroe (completo)
EL
HEROE
Por
Giovanni
Sandoval
Hans
Dütter (diter) abrió los ojos sobresaltado. El largo
pitazo entro a su subconsciente sacándolo del sueño sexual recurrente en su
cabeza. El agudo pitido volvió a sonar y dolió en los oídos de los conscriptos.
- ¡¡levantarse señoritas!!, ¡¡Esto no es su casa y yo no soy su madre ni la
empleada!! - la voz del sargento Wolf,
rasposa y fuerte, abarcaba cada rincón de la inmensa cuadra (habitación) donde
dormían cien soldados en camarotes o literas. Veinticinco por lados. Wolf, al,
parecer, se levantaba enojado todos los días. Hans no se dio espacio para
pensar ni reflexionar. Como un resorte se sentó en la cama e hizo los tres
dobles a las colchas de cama y los dejo a los pies. Como se le había enseñado
en la instrucción de “cómo hacer la cama militarmente”. El sargento Wolf seguía
gritando y escupiendo órdenes a diestra y siniestra. Hans estiró la sabana de
abajo, se desnudó, dejó el pijama ordenado sobre la sabana inferior (como se le
enseño en la misma instrucción), se puso la toalla a la cintura, se puso las
sandalias de ducha y se fue a paso largo (o paso vivo, no corriendo) y se puso en
la fila de las duchas. Diez jóvenes había antes que él. Todos con cara de sueño
y mirando al frente. Cuando le toco su turno colgó la toalla en un colgador y
entró a la fría realidad de un nuevo día. Un nuevo día en el Ejército Alemán
que combatía en esa Segunda Guerra Mundial.
El agua estaba helada, a las seis de la
mañana recibir un chorro de agua helada en tu cabeza, espalda, pecho y
genitales despierta a cualquiera. El proceso era simple y rápido. mojarse en la
primera ducha. Tres tiempos. Uno, dos, tres y cambiarse de De ducha, uno, dos
tres y echarse champú al pelo corto, hacer espuma, repartirse la espuma por las
axilas, genitales, la separación de las nalgas y la cara. Tres, sacarse el
champú del cuerpo y la última ducha era agua tibia y ahí Podía contar hasta
seis. Dejar que el agua tibia calentara la piel y relajara los tendones.
- ¡Salga! -
decía el cabo Krause al otro lado. Hans tomó su toalla de los colgadores, seco
su cuerpo y se volvió a poner la toalla a la cintura y volvió a su camarote.
Allí terminó de secarse, se puso calzoncillos limpios, calcetas limpias, el
pantalón de faena o instrucción y con la toalla en los hombros se fue a los
lavaderos. Con el Jabón y la máquina de afeitar en la mano volvió y procedió a
rasurarse, dejando la patilla hasta el lóbulo de la oreja, ya que ningún
soldado recluta estaba autorizado a dejarse el bigote ni la patilla mas larga
que la dispuesta en el manual. Terminó de afeitarse, luego el desodorante y la
colonia en la cara para evitar que se infectara cualquier corte que se hubiera
producido al afeitarse y luego terminar de vestirse, polera, jersey y blusa.
-¡¡ SEIS TREINTA RECIBO CUENTA POR LOS MONITORES DE
CADA SECCIOOON!! – Gritó a todo pulmón el sargento Wolf. No quedaba dudas a lo
que ordenaba: Terminar de vestirse, estirar la toalla a los pies de la litera
para que se secara, sacar su jarro metálico y salir a formar. Todo corriendo.
formarse y esperar que el monitor diera cuenta.
La mañana estaba fría y caía una fina
garuga.
Otro día de instrucción militar, doctrina,
entrenamientos y ejercicios militares. (ejercicios de escuela, manejos con el
fusil y saludos militares) que empezaba. Y quedaban dos meses y las mañanas
eran todas frías...
En el patio de formación se procedieron a
"formar" las cuatro secciones de veinticinco soldados cada una y un
monitor a cargo de la cuenta. Formaron el cuadro frente al sargento Wolf. Wolf
era el suboficial con mas alto rango esa mañana en la compañía de fusileros del
Regimiento de Infantería n° 25.
Wolf y el cabo Krause estaban al centro
del cuadro.
-¡¡Atenciooon… fir!!- ordeno Wolf.
La tropa se puso firme.
-¡¡Buenos días!!- saludo enojado el sargento.
-¡¡Buenos días!!- respondió la tropa
-¡¡A la deee… re!!-
La tropa giró a la derecha al unísono.
-¡¡De frente… mar!!- y la tropa dio un paso
avanzador que sonó enérgico en el pavimento esa mañana. Y siguieron marchando y
sus pasos sonaban como una locomotora andando.
- Himno Lili Marlen, ¡¡con compas mar!!-
“bajo la linterna
Frente a mi cuartel
Sé que tú me esperas
Mi dulce amada bien…”
al llegar la compañía marchando hasta el
rancho de tropa, el teniente Meyer esperaba de pie en posición firme. era el
oficial de guardia.
El desayuno era un jarro o “tacho” con te
o leche caliente y dos panes con mantequilla o mermelada, tenían veinte minutos
desde que se sentaban hasta que se les ordenaba levantarse. Terminado el
desayuno procedían a ser despachados a la cuadra para estira su cama y hacer
aseo a la cuadra o dormitorio. El aseo se hacía entre todos los soldados y
algunos tenían sectores de aseo reglamentados. Hans trapeaba el pasillo
principal de la compañía.
Otro pitido rompió la monótona mañana.
El pito (silbato) del cabo Müller sonó
estridente indicando reunión urgente.
-¡¡Okey zánganos paganos!!, ¡¡Tienen treinta
segundos para salir a formar!! - Hans rápidamente boto el agua del balde con el
que fregaba, guardo el trapero y se puso la blusa del uniforme y corrió al
patio de formación de la compañía.
-¡¡Mirar acá baguales! - la compañía hizo firme y a
discreción y llevo la vista al cabo Müller. - hoy es un día importante en sus
aburridas vidas. Hoy será un día de grandeza, hoy es un día que no olvidaran
jamás en sus patéticas existencias. Hoy el mismísimo Fuhrer vendrá a vernos,
almorzará con nosotros, estrechará manos y se tomará fotos con la tropa. ¡Así
es que quiero que se acicalen bien, lustren sus botas hasta que vean su feo reflejo
en ellas y actúen como soldados bien adoctrinados!!... ¡¡Estamos claros!! -
- ¡Sí, mi cabo!
- respondió la compañía a una voz. Hans no cabía en si de asombro.
Estaba feliz y excitado. Tanto tiempo para ver a su ídolo, su Dios, su guía.
Adolf Hitler era lo más cercano a un héroe viviente. Por eso se había unido al
Ejército Alemán, por eso había pasado hambre y frío, por eso soportaba el dolor
muscular después de los constantes aporreos, campañas, marchas y trotes.
Soportaba el sueño de las imaginarias y las guardias. Hubo momentos que pensó
en renunciar. El agotamiento poseía su mente y le impedía pensar, se bloqueaba,
solo quería gritar y arrancar, huir lo mas lejos posible. No saber de nada.
Pero no soportaría la cara de humillación de su madre, la cara de
desaprobación. Eso no lo soportaría. Pero hoy vendría él. Solo con eso valía la
pena el esfuerzo.
A las ocho de la mañana el coronel Becker pidió
cuenta a su Regimiento.
Recibió cuenta con el tradicional saludo
Ario, choque de talones y llevar la mano derecha al frente. Como lo implemento
el Furher. Adolf Hitler.
El coronel Becker luego de recibir cuenta,
llamó a los mandos a una reunión al centro. Los soldados estaban autorizados a “levantar
la mano” y moverse en el puesto. Luego de hablar con los mandos, los dejo a su
espalda y se dirigió a la tropa. quedar a discreción dijo por el micrófono, atención
firme y formar el cuadro. la tercera compañía y la primera compañía avanzaron
hacia dentro y formaron un cuadro con la segunda compañía.
El coronel habló a viva voz, habló claro a
la tropa, frente a jóvenes de dieciocho años que salen del núcleo tibio y
seguro de su hogar.
- hoy viene el mismísimo Fuhrer. Viene a pasar
revista a las tropas. Me entere esta mañana y estamos encima. Llegará a las doce
del día y como fiel a su tradición. No quiere desfiles. Viene a conversar con
la tropa, levantar la moral y esas cosas. Preparen rancho mejorado. Dice que
comerá en el rancho de tropa junto a los soldados y nosotros, obviamente,
comeremos allá. Eso será a la una de la tarde... Señores. De aquí a esa hora
quiero: primera compañía. Reforzará puestos de guardia, segunda compañía, aseos
al cuartel, tercera compañía dispondrá la guardia de honor para el Furher y su
comitiva. Tendrá la ornamentación del rancho de tropa también. ¿Alguna
duda? - y miró a las caras de los
oficiales.
- ¡no mi coronel! - respondieron los soldados.
Chocando los tacos.
- bien, ¡a sus puestos mar! - los oficiales dieron
media vuelta se alejaron a sus compañías que permanecían formadas en el patio.
A las doce del día y después de haber
estado haciendo aseo por todos los rincones del regimiento, pintando, decorando
y reparando el cuartel. El regimiento estaba formado con sus mejores uniformes,
todos cubiertos y alineados, con la mirada al frente. Las cornetas
reglamentarias sonaron, se hizo el cambio de Pendón de mando y el vehículo
descapotable del Fuhrer hizo su entrada al cuartel. Hitler mismo descendió del
auto y se puso frente a la guardia de honor.
El comandante de ésta dio la voz de
mando...
- HONORES AL COMANDANTE EN JEFE DEL EJERCITO ALEMÁN.
EL FüHRER ADOLF HITLER... ATENCIOOON, ¡¡PRESENTEEEN... ARR!! - la guardia de
honor en un movimiento rápido y certero llevo el fusil al hombro y luego lo
pusieron paralelo a su cuerpo y llevaron la vista al rostro frio del Führer.
Este los miro. Sabía de memoria el procedimiento. La corneta militar sonó y
Adolf Hitler comenzó a caminar pasando revista (revisión ocular) mirando a los
soldados a la cara. Terminado su paseo marcial se volvió y saludo.
-¡¡Guardia de honor!!... ¡¡Buenas tardes!!- dijo enérgico
Adolf Hitler.
- ¡Buenas tardes mi Führer!!- respondió la escuadra
de hombres que eran la guardia de honor.
Luego se volvió y camino hasta el podio del patio de formación, donde
todo el Regimiento estaba formado con su mejor tenida de combate. El Führer se
acercó al micrófono con paso decidido y habló.
- Regimiento número veinticinco de infantería… - La
voz sonó por los parlantes; Hans no creía lo que oía. El Furher estaba ahí.
hablando a todos, hablando para él, hablando frente a él...
- ¡Buenos días! - saludo el Führer.
- ¡Buenos días mi Furher!!- Contestó el Regimiento.
- Señores, estoy aquí hoy. Para decirles que no
decaiga el ánimo. Alemania es una gran nación aria. Sus hijos son los encargados
de ser líderes naturales. Debemos detener a las huestes invasoras que desean
nuestra grandeza, desean nuestra tradición, lo que se ha construido con sangre,
musculo y esfuerzo. ¡¡No decaigan soldados!! ¡No decaigan! La lucha continúa.
¡Aún no ha terminado y yo estoy acá para decir que confíen en sus mandos!, ¡confíen
en su Furher!, No los abandonaremos¡, no los dejare solos en su lucha¡, os juro
y prometo Que es mi lucha por el demonio capitalista y occidental no cesara
hasta haber erradico todo el cáncer judío. extirpar de raíz la cultura y su
linaje. liberar al mundo de la escoria judía. y yo junto con ustedes, mis
soldados arios lo haremos. debemos sacar, cortar, cercenar, degollar, asesinar,
matar, eliminar y hacer desaparecer judíos... así salvaremos a Alemania de esta
peste. ustedes conmigo, una Alemania fuerte y poderosa, para nosotros y por
nosotros...
-¡¡Viva Alemania!!- terminó gritando.
-¡¡Viva Alemania!!- gritó la tropa al unísono. De ahí
se fueron al Rancho de tropa a almorzar.
Ese día Hans comió doble ración de carne y
papas, jugo, una pieza de pan y postre. Luego los conscriptos fueron
despachados a sus cuadras a hacer régimen interno. (tareas personales de cada
hombre) Mientras los oficiales y suboficiales se reunían en el casino del personal
a un almuerzo de camaradería con su Líder Hitler. Hans en su cuadra cosió un
botón que traía suelto del pantalón, escribió a su madre y aprovecho de dormir
una hora. Tuvo un sueño; en ese sueño se veía dentro de una trinchera, afuera las explosiones, los
gritos, los disparos llenaban el ambiente. el polvo y el humo nublaba de ocre
el cielo. a un lado de la trinchera estaba Hans y al otro lado estaba un
soldado asustado. estaba cubierto de polvo y sangre, el uniforme raído y
quemado. Hans lo llamaba y le decía que saltara a la trinchera y se protegiera,
El soldado estaba asustado y se negaba a pasar. Hans salió de la trinchera y
los estallidos sonaban muy cerca, las balas silbaban por su cabeza y la
adrenalina bombeaba en su pecho. Cuando se acercó a tomarlo para ayudarlo a
entrar al hoyo. El soldado lloraba angustiado, con el casco cubriendo su cara
embarrada. No quería moverse. - ¡¡Muévete hijo de la gran puta y salgamos de
acá!!- Le gritó. El soldado lo miró a los ojos a Hans. ese era su rostro, era su casco, era su ropa
y era... su apellido en la blusa... !!ERA ÉL¡¡
… despertó sobresaltado y transpirado. El rancho de
cena se daría en la cuadra. Los oficiales estaban en los comedores. Se haría
retreta interna y pasarían al reposo. Al otro día seria día de lavado y de
preparar equipo. El día después saldrían temprano en los camiones al frente. Su
guerra comenzaría, dejando a los niños en el regimiento. Solo hombres
dispuestos a morir y matar por su líder serían los que irían al combate.
Al otro día lavaron ropa, arreglaron sus
mochilas, limpiaron fusiles, cargaron camiones y un montón de cosas. Ese día no
habría imaginaria, ese día todos los soldados dormirían bien. La compañía de
guardia velaría el sueño de todos. Hans durmió feliz. Mañana podría demostrar
lo aprendido en campaña y el cuartel. Mañana debería dejar al niño y debería
nacer el hombre. El soldado, el guerrero…
Temprano por la madrugada, Hans junto a su
compañía y dos compañías mas se montaban a los viejos camiones unimog y eran
llevados al pueblo de los judíos cien kilómetros mas allá. Debian matar,
cercenar, aniquilar, mutilar y todos los sinónimos usados tan bien por su
Fuhrer. Esta historia recién comenzaba y estaba excitado, sabía que su fusil no
le fallaría. Cerro los ojos y se concentró en descansar su mente y dormitar
durante el viaje.
Llegaron a un bosque a la orilla de la
carretera. Ocultaron los camiones con ramas, la tropa por escuadra hizo
refugios bajo la tierra, bajo los árboles… deberían dejar todo preparado, comer
ligero (no vaya a ser cosa que nos den ganas de cagar justo durante la pasada a
la acción, la pasada al ataque, el momento decisivo de la operación). Comieron
sándwiches de carne y café caliente e intentaron descansar. Pasaron el resto
del día y la noche escondidos en los refugios. Algunos soldados dormían. Otros
conversaban, otros escribían. Hans observaba todo.
A las cuatro de la mañana el teniente Hoffman
paso refugio por refugio despertando a los soldados, a las cinco de la mañana
pasarían al asalto contra el pueblo judío. Deberían matar, mutilar, degollar,
cercenar y cortar a cuanto judío vieran. Cada judío era un enemigo. No debían
olvidarlo. Nunca jamás. Ni perdón ni olvido contra esa casta putrefacta.
Hans lo tenía claro y solo deseaba servir
fielmente a su patria y a su Fuhrer.
A las cinco de la mañana en punto…
Un misil cayó en la solitaria y silenciosa
plazuela del pueblo, cinco aviones pasaron y soltaron bombas racimo en
diferentes puntos: el puente que servía de entrada y salida al pueblo, a la
escuela, la alcaldía, el almacén, el consultorio rural y a la iglesia. Las
explosiones despertaron al pueblo y al asomarse a las ventanas eran recibidos
con ráfagas de balas que destrozaba toda opción de rendición. Los camiones, los
tanques, las botas negras pasaron y pisaron por sobre ese pueblo. La horda de
soldados y su maquinaria militar avanzaba infranqueablemente por las calles de
ese pueblo, eliminando todo lo que se movía. Mataron y aplastaron a cuanta
persona que no fuera soldado y alemán encontraron. Dispararon a los perros, a
los gatos, a los niños y a los ancianos… el soldado Werner se encontró con unos
pequeños judíos que pensaron tontamente en esconderse y burlar al ejército
alemán y Werner reía como un loco mientras cortaba a estos niños que se habían
refugiado en una sala de clases y que con la explosión de la bomba quedaron
atontados e intentaron huir. Eran unos mocosos de primaria que no alcanzaban
los ocho años, ellos solo querían vivir y respirar y corrieron despavoridos
hacia la salida aun humeante. Pero se encontraron con un soldado Werner dispuesto
a cumplir las órdenes del tercer Reich a toda costa y que los recibió de la
forma mas sangrienta que encontró. A patadas, culatazos y puñetazos donde
cayeran de sus diminutos y raquíticos cuerpos. Los pequeños a medida que iban
saliendo, Werner los abatía, los dejaba vivos para luego con su cuchillo de
servicio procedía a cortar sus pequeñas orejas, sacar sus mínimas lenguas o
solo cortar sus delgadas gargantas y algunos dedos. Como sea, Werner estaba
como un loco feliz cumpliendo lo que había pedido el Führer. Hans se había
quedado en la puerta de la escuela mirando como Werner disfrutaba su
carnicería. “el fin justifica los medios” pensó. Werner había puesto a los últimos
cuatro niños llorones y suplicantes de rodillas en el piso de madera y sucio de
la escuela. Al primero le puso la boquilla del fusil máuser en la frente y
percuto. La cabeza del niño exploto en pedazos de huesos y carne sangrantes. El
crío cayó al piso y ya no lloraba. Al segundo lo obligo a abrir la boca, el
niño abrió sus mandíbulas y el soldado alemán le puso la boquilla entre los
dientes y disparó: Sangre, sesos, perdición y locura explotó a su alrededor.
Werner lloraba mientras reía. Ni siquiera Dios le perdonaría esto. Continuó con
el tercero. El niño no lloraba… solo temblaba como una hoja. Tenía las manos
juntas y oraba, pedía al Dios hebreo que intercediera por él y que ocurriera algún
milagro y quizás ese fusil no se disparara. Werner puso la boca de fuego frente
a los ojos cerrados del infante y percuto.
“Dios no lo ayudo” pensó Hans. La bala de
fusil Mauser 7,62 mm. Entró por su tabique nasal, justo entre sus ojos y salió
por su nuca dejando un forado que arrastro su cerebro por él. El juego era
aburrido así que al cuarto niño que estaba justo frente a Hans lo despacharía rápido.
Werner apuntó a la garganta del niño y disparó. El tiro entro por la garganta y
salió dejando otro charco de sangre que se uniría a la poza rojo bermellón del
resto en el piso. Pero el tiro fue a dar en el muslo derecho de Hans. – ¡Harrrg
¡- Gritó Hans con dolor. - ¡Estúpido, idiota, imbécil Werner!, ¡¡fíjate en lo
que haces!! - Werner lo miró asustado con los ojos desorbitados y locos… soltó
una risa chiflada y le dijo que lo esperara, que traería ayuda y se fue. Lo
dejo solo y herido junto a una dantesca imagen sangrienta de unos niños hebreos
decapitados, cercenados, mutilados y exterminados.
Los gritos, los estallidos, las bombas,
las balas, las ráfagas, los aviones, los tanques aun pasaban y todo estaba
pasando y él estaba herido como un idiota en ese cuarto. Así que decidió
arrastrarse a la salida e intento levantarse. Lo logró, pero muy dolorido. Se
apoyó en la pared y así avanzo hacia la puerta, pero resbaló con la sangre que
bañaba el piso y cayó nuevamente. Cayó sobre sangre roja y aún tibia de los
niños. Asqueado trató de levantarse, pero no pudo, volvió a resbalarse y se revolcó
en ese rojo líquido vital e inocente. se arrastró finalmente a la salida
terminando de completar el espectáculo, Quedando bañado en sangre.
Al salir a la calle oscura y aún de
madrugada, un francotirador alemán lo confundió y disparó a matar. Recibió el
disparo en el brazo derecho. Levantó las manos pidiendo rendición, pero una
ráfaga le contestó, así que Hans corrió hacia unas letrinas del pueblo y se lanzó
al agujero inmundo y hediondo el cual por un acto de Física básica y lo mojado
del barro lo condújo al final de pozo séptico y allí termino. Dos soldados
alemanes corrieron a finiquitar la tarea y dispararon hacia la oscuridad de la
inmundicia judía. Dos tiros mas recibió Hans, uno en el antebrazo izquierdo y
otro en el muslo izquierdo. Hans no podía estar peor, la mierda y orines judíos
los tenía hasta el cuello, debía mantenerse en puntillas y así evitar que el
jugo apestoso de las fecas y orines entrara por la comisura de sus labios. Le
dolían las piernas y los brazo. Vomitó lo poco que había comido. Pero el sabor agrio
se mezcló con el sabor a mierda. Volvió a vomitar, pero esta vez prefirió
tragarse su vomito. pensó que ya estaba listo. Nadie lo escucharía y si lo escuchaban
lo iban a confundir y lo asesinarían. Decidió esperar a que su final fuera
tranquilo y se dejó llevar hacia la oscura y pestilente muerte. Su indigno
final.
Hans tuvo otro sueño: era una hermoso y
verde, el sol color pastel vainilla irradiaba belleza, nubes violetas pasaban
por el cielo, un bosque amarillo, pasto azul, un rio cristalino y plateado.
Gente de todos lados estaban de picnic, había negros, chinos, rubios y judíos.
No había odio y los niños jugaban y era tan hermoso y gratificante…
El pinchazo lo despertó. “¡Auch!” Se quejo. Y
una voz muy anciana acarició su subconsciente . “Tranquilo Joseph, estas con tu
abuela que te ama y te cuida…” luego la voz desapareció y Hans siguió soñando
con su mundo color pastel, su mundo irreal y utópico.
“Joseph, Joseph. Debes beber sopa y tomar
esta medicina. Debes hacerte fuerte y mejorar. Te necesitamos Joseph.” La voz anciana
hablaba con ternura y lo hacía tragar una medicina amarga y luego una cucharada
de sopa caliente de gallina…
Hans seguía sumergido en su sueño color
pastel, ese sueño feliz de unificación y compañía.
Esa madrugada abrió los ojos el muchacho.
Intentó moverse, pero le dolía el brazo derecho y los muslos en sus piernas
punzaron. Comprendió que no podía moverse así que hizo un recorrido visual del lugar
donde estaba. Las paredes eran de roca y el techo. Alumbraba una débil antorcha
y una fogata en el centro. Había gente durmiendo en el piso, apoyadas en las
paredes, madres con hijos, hombres abrazando a su mujer y sus hijos. Dormían
silenciosamente. Un hombre se movió en la entrada, pero no se percató de Hans. ¡ERA
UNA CUEVA!, LO HABIAN TRASLADAO A UNA CUEVA Y ASI SE HABIAN SALVADO¡¡, MALDITAS
ALIMAÑAS ¡…
Hans fingió dormir y descansar. La anciana
se llamaba Helga y lo había confundido
con su nieto Joseph. Los sobrevivientes del ataque se habían devuelto al lugar
del ataque a ver si había sobrevivientes. Hans se había desnudado en el pozo y
cuando lo rescataron del pozo séptico era un joven mas, herido y muriendo.
Había que salvarlo.
El soldado se dejó alimentar y fingió no
reconocer a nadie, Helga lo trataba con dulzura y le cantaba canciones de niño,
Le daba comida, le curaba las heridas, le daba cariño y afecto. Hans solo dormitaba
y recuperaba fuerzas.
Otra mañana Hans despertó y se encontró solo, los
refugiados judíos salían a recolectar comida, agua, leña e información. El
soldado alemán se levantó débilmente de su catre con colchón (el único de la
cueva) y como pudo recorrió la cueva, las piernas le dolían mucho, pero había
que hacerlo. Había que buscar armas, explosivos o lo que estuvieran guardando
esta gente. No se podía confiar en los judíos, el sargento Wolf siempre lo
decía. Mientras los aporreaba y hacían el punta y codo el sargento les gritaba:
“!la instrucción entra con sangre¡, ¡no deben confiar en los judíos¡, !ya lo
dijo el Führer¡, ¡nunca debes confiar en los judíos!”. Hans buscó
cuidadosamente en todos lados, evitando dejar desordenado, busco por aquí y por
allá hasta que encontró lo que buscaba. Encontró un fusil Mauser, una pistola
Luger y un cuchillo de campaña regalo de las juventudes Hitlerianas. Su corazón
dio un brinco de felicidad. El fusil y la pistola los dejo en su lugar y ordeno
muy bien el sector para que los sobrevivientes no lo notaran. Solo su preciado
cuchillo de campaña lo llevó a su cama y con una piedra de afilar comenzó a
prepararlo, lentamente y disfrutando su misión. Gozando, como si al contacto
del filo fuera una extensión onanista de su pasión.
El día paso normal, Hans siguió durmiendo y
recuperándose. Helga le traía comida y pan. Era feliz que su joven muchacho se recuperara.
Solo el amor de abuela pudo salvar a su nieto Joseph. La guerra ya lo había
cambiado y ya había sufrido mucho, necesitaba contención y cariño. Mucho amor
de abuela y comida energética para que fuera el muchacho fuerte de antes de la guerra.
Hans esperó en silencio, esperó largas horas,
esperó a que la abuela lo arropara como cada noche, orara y se fuera a echar a
los sacos donde dormía como una perra judía que era, esperó que todos se
durmieran y solo quedara en silencio el guardia o centinela de turno. Treinta y
cinco personas dormían en la tibieza de la cueva. Treinta y cinco personas que
habían intentado burlar la seguridad del tercer Reich.
El soldado Alemán se levantó en silencio,
en punta de pies, ni siquiera se vistió. Eran las tres treinta y tres de la
madrugada. Todos dormían y el guardia fumaba tabaco disimuladamente en la
entrada de la cueva. Hans saco su cuchillo militar de debajo del colchón y se dirigió
a la entrada. Se deslizo silenciosamente por detrás del hombre en el puesto y
en dos movimientos rápidos tapo la boca de este y rajo con el cuchillo la
garganta del pobre diablo. No alcanzo ni siquiera a gritar, la boca se le lleno
de sangre. Luego, hizo lo mismo con los otros hombres que dormían. Cinco
cadáveres mas degollados y sangrantes dejo tras de si. Luego fue al escondite y
saco el mauser y la Luger. Se puso el cinturón militar con cartuchera y
estuche. Y luego comenzó su festín.
Y empezó con
las madres y los infantes.
Hans como poseído comenzó a cortar, rebanar,
cercenar, degollar, mutilar, clavar, rajar. Empalar y exterminar a toda persona
de la cueva. Dejo para el último a la abuela Helga. Para ella fue lo peor. A
ella la despertó y la levantó, esperó que sus ancianos ojos lo miraran y le dio
un puñetazo tan fuerte en las fosas nasales que le dolieron los nudillos. La
anciana cayó dolorida y de sus narices brotaba
sangre a borbotones manchando su cara y los puños del alemán. Hans con ojos
impregnados en odio se montó sobre ella impidiendo que se moviera, aunque la
pobre mujer no se iba a mover. Y el adoctrinado soldado alemán Hans Dutter
comenzó a golpear la cara de Helga. Un puñetazo tras otro, y otro, y otro y reía
y lloraba mientras lo hacía. Pero no podía sacar la mirada de amor de la
abuela. Ni siquiera cuando la abuela escupió los dientes entre un coagulo de
sangre. Ni siquiera cuando enterró el cuchillo militar y regalo de las
juventudes hitlerianas en su estómago. Ni siquiera cuando la dejo cortada,
golpeada y moribunda en el piso y vio como la vida se le escapaba de los ojos.
Al final la mirada de amor por fin había
volado al cielo de los judíos.
El soldado se levantó a
mirar su trabajo para la causa. Estaba orgulloso. Había sangre por todos lados,
hombres, niños y mujeres desparramados y mutilados. Sangre en las paredes, en
el techo, en la ropa y en las manos de Hans. Mucha sangre en las manos de Hans.
Treinta y cinco judíos habían muerto bajo su cuchillo y solo esperaba y
anhelaba estrechar la mano del Fuhrer, las condecoraciones y desfiles que se harían
cuando supiera de su heroica proeza.
Hans tomó un abrigo, su fusil y una
cantimplora con agua y salió al amanecer. La mañana traía un sol hermoso y
nuevo. Una mañana preciosa. El aroma a flores y a hierba húmeda inundaba ese
nuevo día. Hans salió al camino y se fue por el, cojeando levemente (una herida
de guerra para él). Frente a él el camino a su cuartel, mas allá el sol
matutino elevándose grandioso y poderoso para esta tierra. El soldado ario caminaba
cojeando lentamente, con el mauser colgando de su hombro, solo con una idea en
la mente mientras caían lagrimas involuntarias de felicidad de sus ojos…
Pensaba en su muerte y en su lapida: “aquí yace Hans Dutter, un verdadero alemán,
un verdadero héroe”.
FIN
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