BUEN FISONOMISTA

                                               BUEN FISONOMISTA

        Estaba  nerviosa, definitivamente estaba nerviosa, era esa sensación extraña o esa intuición femenina, que se sentía en la boca del estomago. Algo inexplicable, pero real. Como sea el correo electrónico en su ordenador era claro:
Para mi hermana Clara Otarola:
“hermanita, te espero en la casa de veraneo en el Yeco, el sábado 10 de julio, para presentarte a Pablo Julio, mi novio y quiero que tu y mis amigos más íntimos lo conozcan.”
        Así de escueto el mensaje y  agregaba más abajo
PD. “TE QUIERO Y TE ESPERO”
        El mensaje lo recibió en abril y quedo petrificada, helada y pasmada. Clara inhalo sonoramente por la nariz, hincho sus pulmones y tecleo la opción cerrar el correo y apago el computador portátil.
        Como sea faltaban 3 meses para la mentada reunión y no tenía sentido preocuparse. Pero se preocupo igual  Ester ya no era una niña ni siquiera una jovencita. Rondaba los 60 años aunque joviales, las 6 décadas habían encanecido su cabello y dejado algunas arrugas en el labio superior y patas de gallo en los ojos.
        Los días y semanas pasaban y cada uno en lo suyo, clara no dejaba de pensar en el mensaje. ¿Porque tan rápido y efusivo este romance? Ester no era así, es más, era dubitativa, tímida. No hacia ni tomaba decisiones a la ligera.
        Ester no había sido siempre así, no. Ella cambio después de la estadía en el estadio nacional en el fatídico año 74, en un chile convulsionado y militarizado. Después de su pasada traumática por esa experiencia y luego que los militares la llevaron. Ella ya no era lo mismo. Se volvió introspectiva, callada. Solía aislarse por horas en la mecedora del abuelo en la casa de veraneo, por allá por algarrobo en el yeco, donde la dejaron por varios meses y se volvió ese lugar un escape y redención. Luego volvió a estudiar y continuar su carrera de pedagogía en educación básica. Conoció a Raúl, su único esposo, con quien tuvieron un hijo que creció sano y deportista, se caso y se fue. A Raúl se lo llevo un cáncer de páncreas fulminante y Ester quedo sola. A los 49 años, con un trabajo cómodo una gran casa en un buen barrio residencial de Pudahuel.
        Ester nunca hablo de su experiencia en el nacional. Con el tiempo gano el NO, el gobierno militar termino. Comenzaron, los políticos de la concertación a administrar el país y, las terribles verdades del Nacional afloraron y un nuevo país se presentaba ante nuestros ojos…

        Ester se hizo militante del partido comunista y sus amistades cambiaron. En su casa, generalmente, se reunían otros militantes: hombres barbones, de pelo largo, con boinas y chapas modelo “Che Guevara”, armados con guitarras, quenas, zampoñas, bombos y charangos. Bebían vino tinto y fumaban habanos y marihuana. Se escuchaban y apoyaban mutuamente sentados en la cálida alfombra o en los cómodos sillones del living de la casa.
        El grupo se volvió aclanado, fines de semana completos en la casa de veraneo o en Santiago, uno de los más cercanos era “Tito” (así lo llamaban todos), este rondaba los 65 años, de barba espesa y entrecana, pelo rizado y largo, siempre amarrado con una cola de caballo. No era muy alto y una barriga prominente, casado con Ema. Que rondaba los cuarenta, morena y buena moza, tocaba guitarra y cantaba hermoso. Pero con un estilo igual de hippy. Tito y Ema y otros, eran frecuentes en la casa de Ester. Ese era su escape y relajo semanal a su mutismo y ausentismo.
                Ahora como hermanas se distanciaron. No se enojaron, sino que las llamadas y visitas se hicieron más distantes, hasta que se volvieron cada vez más lejanas. Hasta ahora…
 y este frio e-mail.
        Los días, semanas y meses pasaron, lentos y agitados. Hasta que el día llego.
        Cuando Clara llego al yeco, a la casa de veraneo, eran las seis de la tarde más o menos. En una fría tarde  de invierno costino. Habían cinco autos estacionados en la vacía calle del balneario, una vez acomodada y estacionada se dirigió (como no) a la casa. Una residencia que las había albergado por casi cincuenta años y que una vez fallecido sus padres quedaron ambas con la herencia de la cual no se iban a deshacer.
        La casa era una confortable cabaña de madera, de dos pisos, cuatro dormitorios, dos baños y garaje que se usaba de bodega de herramientas con un mesón, donde su padre hacia sus trabajos y manualidades con madera que era uno de sus hobbies, contaba con un subterráneo de dos metros de altura donde se guardaban las cavas de vino y otras cosas. Pero lo más importante y recordado, era su gran chimenea de piedra, hecha a mano por sus padres que calefaccionaba toda la casa en las frías tardes de  invierno.

        En la entrada y a modo de recepcionista, estaba Ester junto a un hombre que no había visto o no lo recordaba.
-      ¡¡Hola hermanita!!- saludo, con un cálido abrazo y un sonoro beso en la mejilla, los cuales devolvió complacida.
        La tomo del brazo y la puso frente al caballero.
- Clara, este es Pablo Julio. Pablo Julio, mi querida hermana Clara.-
        Pablo Julio era un hombre mayor, robusto sin ser gordo, de tez rosada y tostada que en sus tiempos fue blanca, pelo canoso y largo que llevaba a la antigua, ósea, peinado atrás y brillante, terminado en una cola de caballo. 1,80 cms. De estatura y lo que más llamo la atención de clara fueron sus ojos. Eran de un celeste claro como el cielo, pestañas crespas y tupidas.
 Esos ojos……le resultaban terroríficamente conocidos.

        Se acerco familiarmente y un varonil aroma a colonia de afeitar, perfume y gel para cabello lo envolvía. Sonreía con una gran “sonrisa blanca” y completa.- Pablo Julio Espinola Müller, Con diéresis sobre la u-.
        El hombre era todo un galán, de ese modelo tosco, pero sabía sacarle partido a sus canas y a sus ojos. Causaba escalofríos. 
        Clara fue la última en llegar, Tito y Ema habían cocinado y el resto de los invitados (amigos íntimos de Ester lógicamente), se esmeraban en preparar la mesa y ornamentar la sala.
        El viento soplaba gélido obligando a los invitados a abrigarse y encender la chimenea.
Cenaron un exquisito estofado de cordero, con ensalada de tomates y suavizado con unas botellas de vino. Ahí Clara aprovecho de conocer a los amigos de Ester. Lautaro y su esposa o compañera Amanda, Amaro y Gladis, y por último Vladimir e Isabel. Un grupo bastante simpático y homogéneo con el cual se adaptó rápidamente.
        Luego de la opípara comida, vino el postre, mas vino tinto. Y seguido los hombres del grupo, con excepción de Pablo Julio (que ya estaba bastante mareado y borracho) se levantaron y recogieron los cubiertos, lavaron la loza, limpiaron la mesa y sacaron las botellas de whisky, hielo, vasos y posavasos. Cigarros y ceniceros, la cosa se venía buena y Pablo Julio parecía esponja.  
        Ahí, Pablo Julio habló de su trabajo de contratista y algunos trabajos que había realizado, del uso de herramientas. Etc. Nada aburrido, pero no para pasar una velada hablando de eso.
        Los tragos se sucedieron, piscolas, roncolas, whiscolas, los sours. Mientras Pablo Julio bebía y fumaba. Clara Lo miraba de lejos. Sabía que lo conocía de algún lado, escarbo en sus recuerdos: la escuela, el liceo, la universidad, las salidas. Algún romance o aventura. Pero no lograba llegar a nada. Sabía que lo había visto en alguna parte.
        A eso de las cuatro de la mañana y envalentonada con tres piscolas, se acercó, por fin, al hombre en cuestión.
- ¡hola!-le dijo tímida-¿Pablo Julio cierto?-.
- así es cuñadita, ¿tú eres Clarita cierto?- contesto, su aliento a habano y licor, mezclado con el aroma de su loción, era realmente excitante y varonil.
- te he estado observando de lejos - a lo que el hombre la miro con ojos seductores - no, no es eso, no le haría eso a mi hermana, no. mira, se que te he visto en alguna parte. He recorrido toda mi vida en mi cabeza y no logro acordarme. ¿Puede ser?- le aventó de una.
- probablemente…, he estado en muchos lados, casi en todo Chile y gran parte de Sudamérica, por trabajo – lo dijo con arrogancia, pero sin ser pedante. De una forma que invitaba a seguir preguntando. Pero no lo hizo.
-¿Dónde estudiaste?- le preguntó directa.
- en Osorno- contestó.
- la media, ¿Dónde la hiciste?-
-en el Instituto Nacional-
-¿y luego?-
- bueno, me toco el servicio militar por tres años, y cuando salí, estudie construcción civil y he estado de ahí en muchas partes- terminó.
        Al oír “Servicio Militar”, fue para Clara un mazazo directo y certero al cráneo. Las piezas y recuerdos comenzaron a cuadrarse, como un gran mosaico. Sus ojos, su boca, su nariz. El mosaico se completó, cual terrorífico cuadro de Dorian Grey…
        Pero faltaba una pieza importante…
… el “donde” y el “cuando”...
- y… ¿en qué año hiciste el “Servicio Militar”?- dijo disimulando la ansiedad y mirando a otro lado, sin antes tomarse un largo sorbo de su trago, que le pareció más amargo que los otros.
- ah – dijo orgulloso- del 73 al 75 –
-¿y donde lo Hiciste?- preguntó mirándolo a los ojos.
- en “Arsenales de Guerra” y en “La Escuela de Inteligencia militar” en Nos- y se sirvió de su vaso y luego una calada a su habano.
        La nausea se apodero de Clara y se tuvo que excusar para ir al baño. Su cabeza le empezó a girar y tuvo que afirmarse en las paredes para caminar, dejo el trago, ya no podía seguir bebiendo. El olor a comida a alcohol, el humo del cigarro y  del habano, el calor de la chimenea era sofocante. Salió como pudo al jardín y el viento frio marino con olor a algas la recompuso. Las lágrimas brotaron como un dique que se rompe y comenzó a llorar, primero calladamente y después gimiendo con dolor y angustia, tomaba aire y seguía llorando y así estuvo mucho rato, hasta que sintió frio y más calmada se fue a su dormitorio a descansar.

        Una hora después, Ester golpeo a la puerta y entro al dormitorio y le pidió que se levantara y fuera al comedor. Le dijo que no dijera nada.
        Al llegar ahí, todos estaban sentados alrededor de la mesa principal, se sentó en un espacio que le dejaron y vio a Pablo Julio sentado y sonriente en la cabecera de mesa, el puesto de su padre. Todo bonachón y borracho con un cigarro en la comisura de los labios. Las luces y la música se habían ido, y la única luz que había eran tres velas encendidas y puestas estratégicamente para que la cara de todos los comensales se vieran claramente a contraluz.
        Ester hablo claro, rompiendo el silencio sepulcral.
- ¡compañeros!: quiero presentar a Pablo Julio Espínola Müller, un amigo especial- y lo miro con dulzura.
- Pablo Julio- le dijo mirándolo fríamente sin cambiar su tono-estos son mis amigos, quiero que los mires a todos y nos digas. ¿NOS RECUERDAS DE ALGÚN LADO?-
        Pablo Julio los miro a todos detenidamente, con esa mirada arrogante, borracha y altanera. Contesto secamente.
- no, no los conozco-
        Tito se levanto y se acerco la vela a la cara.
- ¿se acuerda de mi? ¿Mi cabo?- dijo conteniendo la ira.

        Ahí Pablo Julio comprendió todo y la borrachera se le fue un poco. Se inclino hacia adelante y lo miro a los ojos y le respondió.

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